Para el salto la palabra

abordajes/despliegues

128. Dado en los tránsitos
I. Aunque sea denso el acto de escribir, e innombrable el corazón de su transcurso, en nada se vería alterado lo fundamental de mi dedicación poética si de ella me fuera restado todo salvo las particulares donaciones dadas por el espacio abierto en los tránsitos.

II. Ninguna imagen, ni el dolor, ni el mundo, ni la luz, ni la verdad, ni acaso la memoria son suficientes; tampoco su presencia es necesaria. Empuja al cuerpo en la mano a derramarse en grafía la única ley indispensable: entrar sin remedio en un espacio abierto y breve.

y III. El enigma siempre será descifrar cómo las imágenes y el dolor y el mundo y la luz y la verdad y, sobre todo, la memoria acaban siendo convocados dentro del poema a partir de un simple y claro movimiento tectónico de placas. Nunca al revés.

145.
En el fondo no hay muchas más opciones: escribir como quien atraviesa algo o hacerlo como quien lo abre desde dentro. Lo que une ambos modos es la presencia motriz del movimiento; lo que los separa es la noción de espacio, dado desde afuera en el primero de ellos, consustancial al acto de escribir en el segundo.

160. Para un pensamiento archipielágico
I. Incluso cuando parten del conocimiento de la propia tradición canaria, late siempre en las más importantes de nuestras creaciones literarias un inevitable hálito fundacional. En Cairasco, en Viera, en Tomás Morales, en Agustín Espinosa o en Eugenio Padorno esa reiterada predisposición a escribir desde el origen, y no para su certificación, aunque pudiera ser la expresión de una condición histórica instalada en la incertidumbre, no hace sino colocarnos hoy en día ante la raíz con que el pensamiento contemporáneo debe abordar el proceso creativo y su relación con la cuestión del sentido.

II. Apertura en el poema del lugar –“lugar del existir” lo llamó Eugenio Padorno- que, en el a priori de la cultura occidental heredada, sencillamente no tiene lugar. En ese quicio inaugural, excesivamente pesado para ser soportado por la obra de una persona que se lanza a crear, se balancea y articula, a veces sin claridad ni éxito, casi siempre con inconsciente inocencia, el sustrato común de una tradición que no es visiblemente tradición: una memoria cuyo poder creativo no se originaría tanto en su capacidad de resistencia y lucha contra cualesquiera fuerzas exteriores con voluntad de dominio y ocultación, sino en su naturaleza no canónica; una memoria que se sabe contemporánea por la facilidad con la que brota a partir de nociones constitutivas como son la discontinuidad, el despliegue o el desplazamiento, y que, por lo tanto, acumula en su seno no la solidez de una arquitectura que fue empezada antaño y a la que se suman siglo a siglo estructuras adicionales, sino los destellos y los rasgos de una posición discontinua ante el origen.

y III. La necesidad de abrir el lugar no es, en el fondo, sino el instinto expresivo de quien, heredando una tradición que intensificó la visibilidad de sus lugares de partida hasta transmutarlos en transparente universalidad atópica, se ve obligado a desviarla para insertar en ella el hueco a través del que desdoblar, entre resquicios, el penumbroso tamaño del cuerpo propio. Apertura de un espacio que sólo tiene lugar cuando el ojo, más allá de llenar sus cuencas confirmando el paisaje alrededor, se hace en sí mismo mirada que evidencia una visibilidad más acá de la transparencia heredada.

161.
Un pensamiento que no sea dirección hacia el conocimiento, sino cuerpo que se levanta.

170.
Paseo nocturno por la Avenida Marítima: brillan más luces en la plataforma petrolífera atracada en el muelle que en la ciudad dormida enfrente.

233.
Paciencia y ardor dados en nupcias dentro de la boca, pues solo al poeta le es concedida la conciencia de que el lugar se abre en la escanciada presencia de un sintaxis demorable.

250.
(Punta Brava) Llena de sal el aire el mar contra la bahía. Una fulguración blanca y salada que no cierra la noche.

270.
(Para una ontología de la nubes: panza de burro) Costa oscurecida bajo nubes grises; cumbre arriba encendida y clara contra el sol. Entonces, abierto de improviso un tajo breve, la luz se derrama cuesta abajo y escande las barranqueras de las medianías. Para inauguración del deseo que -en la orilla- contrae el cielo y nos lo entrega a la altura de las manos.

288.
En el cementerio de Canterbury, alejado del bullicio turístico, descansan los restos de Joseph Conrad. El único banco que hay dentro del cementerio está, aunque dedicado a la memoria de un tal Dick Blackett, casualmente enfrente del sencillo mausoleo familiar de los Conrad, dándole la espalda. Por ello, quien llegue hasta allí y elija descansar un rato sentado junto a la tumba del escritor, lo hará mirando, como su lápida enhiesta, al Sur.

291.
(Luto) Entrar en el luto como quien –sorprendido dentro de una lluvia racheada y suave, inclemente e inesquivable- sabe ya todo su cuerpo mojado de antemano y entrega al corazón -rescoldo único- las brasas que, en fanal, lo salven del naufragio.

320.
El paisaje siempre es un ahí, es decir, un espacio transido de tiempo. Y si bien a la suspensión debemos una parte de la fuerza que explica su presentarse ante nosotros, confundir dicha suspensión con la quietud, esencializando por ello del paisaje sólo el espacio, impide descubrir la forma del íntimo vínculo que lo abre realmente: el movimiento que lo trae y lo lleva, su cultura, su ser elemento de la historia de nuestra mirada.

329.
La palabra que no entrasmalla en su seno la marea de lo indecible, no arrastra sino aquello que anunciara el mascarón de un barco que entra en puerto dejando su espejo a la deriva; la parte visible y, por lo tanto ruinosa, de una ruina.

Teoría de la luz

-amor más vivo-

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